15 de enero 2012

 

Extracto de Laurence Freeman OSB, “Dearest Friends,” Christian Meditation Newsletter, Vol. 30, Nº. 1, Mazo 2006

Los Padres del desierto, quienes leyeron y entendieron las Escrituras, también comprendieron que los vínculos son los que sanan. La soledad les enseñó y los sostuvo en la vida de sus comunidades. Supieron que los vínculos crecían a través de la escucha. También sabían qué significaban los demonios…

 

La adicción es simplemente la trágica consecuencia de la identidad errónea. Pensamos que esta sustancia o esta actividad nos ayuda a encontrar lo que estuvimos buscando. De hecho resultó ser un demonio enmascarado como un ángel de luz y ahora estamos totalmente enganchados. Nuestra sed de Dios se desvió y estamos bebiendo veneno en su lugar. Cuando Cortés, el invasor español del siglo XVI, arribó por primera vez a México, fue para los Aztecas el cumplimiento de sus profecías. Lo acogieron y le dieron la bienvenida, y resultó demasiado tarde cuando recapacitaron.

Siempre nos entregamos ante una imagen redentora, sin ser concientes de que un verdadero redentor no deja que nos aferremos a él. “No se aferren a mí… todavía no he ascendido al Padre.” El Verdadero Sanador nos permite el vínculo, pero no nos permite que ese vínculo se transforme en adicción. A través de los primeros cristianos Jesús era visto como un médico del alma de la humanidad más que como el fundador de una nueva religión. Su profundo sentido, y todos esos niveles de identidad abiertos por su pregunta: “¿Quién dicen ustedes que soy?”, debía encontrarse en la libertad que ofreció a aquellos que aprendieron de su mansedumbre y de su humildad. Esto fue posible especialmente para aquellos que aceptaron el suave yugo de su amistad. Entregarse a esa libertad como si fuera otra dependencia, es no reconocerlo. “Él estaba en el mundo; pero el mundo a pesar que le debía su existencia, no lo reconoció” es tanto una advertencia para nosotros hoy, como una descripción de lo que pasó durante su corta vida. Todavía se aplica para aquellos cristianos que lo quieren convertir en otro dios o en otro ídolo, no para aquellos verdaderos buscadores  que no saben todavía cómo comprenderlo. No pudo ser más claro: se ofreció a sí mismo como camino que, en su nivel más profundo, puede comprenderse que él mismo es la meta. “Si alguien cree en mí también cree en Dios, que me envió. Y si alguien me ve a mí, también ha visto al que me envió.” (Jn 12,44-45).

La paradoja en estas palabras es fácilmente desechada. Preferimos lo racional, certezas definibles. También es fácil reírse a la distancia de lo que desafía nuestros modos habituales de pensar y  percibir la realidad. ¿Pero qué ocurriría si esos modos habituales de percibir están tergiversando la realidad? ¿Qué ocurriría si a lo que llamamos libertad es de hecho una adicción?... Los maestros del desierto comprendieron que lo que enfrenta las verdades más crudas de nuestra ilusión y dependencia, es el fruto del trabajo de muchas tentaciones. Es también una buena parte del significado de esta alegre etapa… Ellos la llamaban luchar contra los demonios, pero sabían que los demonios están dentro nuestro. Nosotros simplemente evadimos el esfuerzo, proyectándolos hacia el exterior. La integridad de la persona, nuestra libertad de ser nosotros mismos y de amar a los otros, se perfeccionan con la práctica que abrazamos cada vez que nos sentamos a hacer el trabajo del silencio.

 

Después de la meditación, “The Soul´s Friend,” THE SOUL OF RUMI: A NEW COLLECTION OF ECSTATIC POEMS, traducción de Coleman Barks (Nueva York: HarperCollins, 2001), p. 190.

Escucha a tu esencia, a tu Amigo: cuando te sientes nostálgico, ten paciencia y sé prudente, modérate con la comida y la bebida. Sé como una montaña en el viento.

¿Te das cuenta lo poco que se mueve? Están las dulces ilusiones que llegan para distraerte. Excúsate con ellas: “Tengo indigestión”, o “Voy a visitar a primo.”

Cuando pescas, y adquieres un anzuelo de cincuenta o sesenta piezas de oro, ¿no crees que el pez es digno de su libertad en el océano?

Cuando viajas, quédate cerca de tu equipaje.

Yo soy el equipaje que lleva lo que tú amas. ¡Puedes separarte de mí! Vive con cuidado en el gozo de esta amistad. No pienses “Los demás me quieren como soy”.

Algunas invitaciones son como el silbido del cazador para la codorniz, amigables,  pero no del todo como recuerdas el llamado del Amigo de tu alma.

 

Traducción de Isabel Arçapalo