Quinto miércoles de Cuaresma, 16 de marzo 2016

Hay una gran discusión sobre la felicidad en estos días. Es verdad que en el primer mundo pagamos un precio muy alto por nuestra riqueza y alto nivel de confort y comodidad, a menudo la felicidad y la paz mental son parte de este precio.


Con frecuencia siento tristeza por los estudiantes cuyas vidas están plagadas tan temprano de estrés y ansiedad, ataques de pánico e insomnio en su empinado camino al éxito. Aquellos días de ocio académico, cuando uno tenía tiempo para explorar sus propios problemas e interrogantes acerca de la vida y la identidad, parece que hace mucho que se han ido. La academia se ha vuelto determinada y los estudiantes se ven atrapados en las calificaciones más que en la educación. En nuestro seminario reciente de Meditatio sobre la ciencia se trató esta inquietante pregunta para nuestra cultura moderna.

No es sorprendente que donde se encuentra un hueco exista un producto que parece llenarlo. La felicidad ahora es presentada como un bien que podemos adquirir si tomamos este curso, compramos ese aparato, hacemos un tiempo para escalar el Everest o compramos una suscripción de televisión por cable con más canales. La sección de estilo de vida del periódico está llena de consejos de expertos y espiritualidad para el consumidor, sobre cómo obtener más de la vida. Nos ofrecen modelos a seguir cuyas costosas sonrisas nos tientan a imitarlas.

Algunas veces hasta la vieja Cristiandad, con menos glamur pero con mucho entusiasmo, sugiere que creer en esto, renunciar a esto otro y, por supuesto, ir a la iglesia, es la respuesta para volver a ser felices. Es posible que tenga un mejor producto, pero su mercadotecnia con frecuencia funciona solo porque es muy mala. En un mundo de glamur fácil y estándares altos de los medios, la iglesia resalta por ser al menos, bueno, diferente.

Me doy cuenta como la gente mira hacia arriba cuando les dicen que la meditación no resuelve sus problemas. Si tienes deudas antes de meditar, te sientas a meditar y vas a seguir teniendo deudas después de meditar. Tal vez estén echando un vistazo a alguna otra razón para hacer algo que no sea la razón que los ha persuadido a hacerlo porque es la natural. Esta razón convencional es el auto-interés y la auto-realización.

¿Cómo comercializamos la verdad eterna que la felicidad viene a aquel que está expandiendo su conciencia más allá del ego, en lugar de inflarlo? El ego inflado en la búsqueda de la felicidad es el destino más triste de todos. ¿Cómo recordamos lo obvio, que la felicidad llega a aquellos que se preocupan con el bienestar de otros?

Tal vez algunos de los medios hábiles que hemos estado ensayando durante la Cuaresma nos han agudizado esta percepción. Si así fue, también nos ayudarán a prepararnos para lo que viene en los días siguientes, en el juego sagrado de la estación litúrgica, nos enseñarán sobre el secreto de la felicidad.

 

Traducción: Guillermo Lagos

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