12 de febrero 2012

 

Extraído de John Main, “God`s Two Silences.” THE WAY OF UNKNOWING (New York: Crossroad, 1990), pp. 6-8.

Vivimos en un mundo que no es silencioso. Vivimos en un entorno ruidoso en el que escuchamos todo al mismo tiempo y no oímos nada. A pesar de ello, cada uno de nosotros es llamado a un estado de oración, de atención pura, de expansión del espíritu hacia el eterno silencio de Dios.

 

Sin embargo, hay otro tipo de silencio, cuando parece que Dios ha retirado su presencia, esta también es una realidad. Es una realidad en la que no tenemos un sentido de su estar, es tan solo una sensación de que se ha retirado de nuestro mundo, de nuestra conciencia… Es cierto que es maravilloso cuando sentimos la infinitud de Dios llenándonos de una calma infinita, de un sentido profundo de maravilla. Este es un regalo maravilloso, pero no es algo que debemos buscar o buscar para poseer, o confeccionar. Una de las cosas que aprendemos con la meditación a medida que maduramos,  a medida que continuamos en el camino, es sentirnos igualmente contentos con cualquiera de estas formas de silencio, con el sentido de su presencia infinita así como también con el sentido infinito de su ausencia. Es más difícil para nosotros al comienzo, porque cuando comenzamos a meditar no hemos aprendido mucho del desapego. No hemos llegado al  estado donde no nos sentimos de la misma manera satisfechos con su ausencia como con su presencia, porque esperamos siempre la satisfacción en nuestra meditación. Esperamos siempre probarnos que funciona, que ahora conocemos a Dios, que ahora hemos aprendido a vivir en su presencia. Pero el propósito de la segunda forma de silencio, su ausencia, es para purificarnos para que aprendamos a amar a Dios desinteresadamente como él nos ama (y se ama a sí mismo). Él nos enseña a ser fuertes en el amor, fuertes en la fidelidad y a asegurarnos que amamos a Dios por él mismo y en él mismo y no solo por cualquiera manifestación de su presencia que nos satisfaga…

Para madurar a cualquier nivel debemos crecer a través de todas las dificultades producidas por los cambios y las pérdidas, todos los sentimientos, las emociones y los pensamientos así generados y aprender a amar a Dios simple y fuertemente. Parte de la disciplina de decir el mantra es que nos enseña a permanecer en ese amor, no importa qué. Nada nos sacudirá de nuestra convicción que Dios es, que Dios es Amor, y que su amor mora en nuestros corazones. Si nos comprometemos a ello, entonces el sentido de ausencia se profundizará y fortalecerá nuestra convicción de la existencia de Dios, haciéndolo más familiar, enseñándonos a conocerlo más plenamente. Habiendo llegado a este grado de profundidad de nuestra fe nos tornaremos indiferentes, ya sea que tengamos un sentido de su presencia cercana o un sentido de su ausencia. Ya sea que se encuentre cerca o lejos en nuestra percepción, los sentimientos no afectarán la disciplina que traemos a la práctica de la meditación porque nuestra convicción no estará fundada en sentimientos sino en hechos: el hecho de que él es Dios todo-misericordioso, todo-amoroso y todo-compasivo. Los dos silencios son ambos igualmente poderosos en enseñarnos: el silencio de las revelaciones nos llena de maravilla y el silencio de la ausencia nos enseña fidelidad. La Palabra está presente en ambos.

 

Después de la Meditación: Del Bhagavad Gita. 4:16-17. tr. Mascaro (London: Penguin, 1962).

 

Te enseñaré la verdad de la acción pura, y esta verdad te hará libre.

Conoce también la acción que es silencio: misterioso es ese camino de acción.

Aquel que en su acción encuentra silencio y ve que ese silencio es acción

percibe la luz y en todas sus acciones encuentra la paz.

 

 

Traducción de Teresa Decker