Viernes después del miércoles de ceniza, 3 de marzo 2017

El viaje de cuarenta días comienza de cero, desde el principio, cada día. Todos los logros o fracasos son borrados o se vuelven archivos sin importancia en la historia del yo. No es que lo que haya pasado ayer no cuente para nada. Cuenta. Pero su significado solo es comprendido cuando lo vemos con los ojos de la misericordia y del humor. Sigue leyendo.

El juicio y la condena llenos de auto-importancia, el elogio, la vanidad, y el ruin culparse del ego, no tienen ninguna conexión con la realidad de cómo el pasado se vuelve presente. La tentación de convertir piedras en panes es gula. 

La tentación del día de hoy que encontraremos en nuestro camino, como Jesús antes que nosotros, es la vanidad y el orgullo.  

A continuación el Diablo lo llevó a Jerusalén, y lo puso en la muralla más alta del Templo, diciéndole: “Si tú eres Hijo de Dios, tírate de aquí abajo, pues dice la Escritura: Dios ordenará a sus ángeles que te protejan; y también: Ellos te llevarán en sus manos, para que tu pie no tropiece en ninguna piedra”.  Jesús le replicó: “También dice la Escritura: No tentarás al Señor, tu Dios.”

Muchos proyectos exitosos han colapsado por una última pero innecesaria explosión de orgullo egoísta. Ir más allá de las propias posibilidades. Probar para ver exactamente cuán omnipotente es tu poder sobre otros. Es la última mano del apostador con la que juegan todo a la siguiente tirada de los dados, divididos entre la esperanza de ganar y la esperanza de perder. Cada templo del ego es desestabilizado por el deseo de poner a prueba su estabilidad y por el sentimiento de que nuestro aclamado logro puede en realidad ser ilegítimo.   Poner a Dios a prueba es auto-destrucción.  

Jesús no era tentado por el pan. Pero el pináculo más alto de la ciudad sagrada y su más grande construcción religiosa del ego podría ser la caída de cualquier asceta cercano al final de sus cuarenta días. El diablo citando las Escrituras, sucede siempre que retorcemos la verdad en nuestras mentes auto-engañadas para instalar al ego donde debería estar Dios.

¿Y dónde debería estar Dios? ¿En el punto más alto de nuestro sistema de valores? Eso no sería nada más que el extraño y pequeño dios del fundamentalismo o de la superstición.

La palabra “templum” originalmente no significaba la estructura que construimos – San Pedro, la Abadía, la  Ka’aba, la Casa Blanca. Significaba el espacio vacío de adoración. En la meditación reconocemos la naturaleza no estructurada, completamente simple de Dios. Si podemos pararnos sobre ello y mirarlo todo hacia abajo, no es Dios.  

Traducción: Carina Conte (WCCM Uruguay)

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