2º Domingo de Cuaresma, 12 de marzo 2017

Estamos participando actualmente en un estudio clínico para analizar la influencia de la meditación en un grupo de médicos y enfermeras del servicio de urgencias de un gran hospital, que trabajan en un entorno de gran stress. A nuestra última reunión de trabajo vinieron algunos doctores y enfermeras que acababan de terminar su turno de trece horas, que había comenzado a las ocho de la noche del día anterior. Me impresionó. Sigue leyendo.

Una de las áreas de interés del estudio es el alto porcentaje – casi un sesenta por ciento – de profesionales del área médica que acababan quemados por agotamiento mental, emocional y físico. Temperamentalmente, son personas fuertes y resistentes. Comparten una motivación intensa y profunda de ayudar a aquellos que lo necesiten. Pero me pregunté a mí mismo si el asistir a la sesión de cuatro horas que comenzaba después de pasar toda la noche en las urgencias les iba a reducir o a añadir agotamiento. Ellos claramente pensaron que les ayudaría. A pesar del reto que suponía meditar diariamente en sus vidas tan ocupadas, con el trabajo y la familia cada vez más demandantes, vieron que nuestra sesión podía ser una oportunidad maravillosa a la que tenían que sacar todo el provecho posible.

Habían sentido una llamada y habían empezado un peregrinaje. Este es el tema de las lecturas del Éxodo de Cuaresma que describen el mito imperecedero de la salida de Egipto de los Israelitas y su viaje errante durante 40 años por el desierto, preparándose para la tierra prometida, en la que fluían la leche y la miel. A pesar de que los registros documentales históricos no muestran ninguna evidencia de tal esclavitud y huida, el mito sigue arraigado en la cultura y en la imaginación de las tradiciones Cristianas y Judías.

En la primera de las lecturas de hoy, leemos cómo Abraham oye la llamada…“Sal de tu tierra y de la casa de tu padre hacia la tierra que te mostraré”. Para Abraham igual que para los monjes irlandeses, que creían que no podían ser monjes en su propio país y tuvieron que vivir exiliados de manera autoimpuesta, el reto de dejar el hogar y partir hacia lo desconocido quedó profundamente grabado en su psique. Esto compite con nuestra necesidad de tener un hogar, seguridad y familiaridad, de la misma forma que nuestro deseo por el descanso o la muerte se mezcla con eros, la pasión por la vida.

San Pablo describe las contradicciones internas a las que tuvo que enfrentarse, entre las dificultades y el rechazo a los que se expuso y la paz y la alegría que emanaban de su descubrimiento de Cristo. Hablaba de esta lucha como si fuera la gracia recibida “antes del comienzo de los tiempos”. Existíamos en la imaginación divina antes de que el Big Bang generara el tiempo y el espacio, la paz y el agotamiento, el hogar y la vida errante.

El Evangelio de hoy trata sobre la transfiguración. En The Good Heart, el Dalai Lama habla sobre esta escena y se refiere a la idea tibetana del cuerpo como arco iris, que explica cómo el cuerpo físico se transfigura en aquellos que han alcanzado el mayor nivel de iluminación pero aún permanecen en este mundo para continuar ayudando a los necesitados.

Así, cada día vamos avanzando en nuestro peregrinaje, aunque vivamos lejos de nuestros trabajos y tengamos que dejar el hogar y la familia, explorando el mundo extraño de los otros y atendiendo a sus necesidades con nuestros recursos limitados. Acabamos quemados o transfigurados. La diferencia yace en haber podido permanecer quietos por el tiempo necesario para ser tocados por la gracia que existía antes del tiempo.

Traducido por WCCM España

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