Miércoles de Semana Santa, 12 de abril 2017

Jesús fue popular durante un tiempo y luego fue rechazado. Sin embargo nunca engañó a las masas, simplemente amó a la gente ordinaria que percibía maltratada, hecha a menos y manipulada por sus líderes. Como en un moderno electorado occidental, el pueblo proyectó por un corto tiempo sus esperanzas de tener un líder fuerte en él. El éxito engendra éxito. Mientras más gente alabe, más avanza la tendencia popular. Pero entonces se estrella, como sucedió con él.

El populismo moderno, tan caprichoso como cualquier turba, eleva y derriba a sus grandes líderes en el momento en que no pueden cumplir sus promesas. El amor se convierte en odio tan rápido en la política como en la vida romántica.

Jesús rompe el mito del líder fuerte que habitualmente necesita crear una leyenda alrededor y acerca de él. Es este mito el que dirige a la auto corrupción. Jesús es un líder incorrupto que no pretende ser lo que no es. Cautelosa y cuidadosamente revela la verdad completa acerca de él, porque suele ser tan fácilmente explotada y mal representada.

En el evangelio de hoy, conforme nos acercamos al clímax del relato, tenemos otro punto de vista sobre el tema de la traición. En la lectura de Isaías vemos una percepción inesperada dentro de la naturaleza del servidor que sufre y que nos dirige a una mejor vida a través de las paradojas del rechazo y del fracaso. Esta percepción ilumina el misterio. Por más extraño y ofensivo que parezca, el gran líder es un servidor que sufre y un maestro que es un discípulo.

‘El Señor Dios me ha dado una lengua de discípulo, para saber dar al cansado       una palabra de estímulo. Por la mañana estimula mi oído para que escuche como un discípulo. El Señor Dios me ha abierto el oído’.

Él nos ha estado diciendo esto acerca de sí mismo todo el tiempo: ‘Porque yo no hablo por mi cuenta; el Padre, que me ha enviado, es quien me ha ordenado lo que debo decir y enseñar. Yo sé que sus mandamientos contienen vida eterna. Por eso, yo enseño lo que me ha dicho el Padre.’ Esto no suena al Cristo de la Capilla Sixtina o al severo Pantocrator (Todo poderoso) de otras épocas. Es justamente lo opuesto al ego inflado del gran líder.

La teoría moderna de la dirección tiende a descartar la idea del gran líder, prefiriendo un modelo corporativo y más colaborador. Si algún modelo puede, éste le queda mejor a Jesús. El desea empoderar a aquellos que dirige y mostrar y abrir el camino con su ejemplo más que por coerción. Jesús es el tipo de líder que transforma el panorama en que trabaja, que abre nuevos horizontes y que dirige en su equipo por una fuerza de inspiración interiorizada, más que impuesta desde afuera.

La Iglesia no siempre lo ha entendido así; no es un modelo sencillo para seguir. El poder nos seduce a todos. Por eso la Iglesia es tanto más parecida a Jesús cuanto menos ego tiene.

Si logramos entender esta verdad acerca de Jesús, podremos entonces confiadamente seguirle a donde quiera que nos dirija.

Traducción: Enrique Lavín, WCCM México

 

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