Cuaresma 2012. Sábado después del Miércoles de Ceniza.

En ocasiones el más profundo deseo de alguien se encuentra al ras de la superficie de su personalidad, de forma que todo el mundo lo nota aunque él piense que está tan escondido que apenas está consciente de ello. Las tragedias humanas se forman de esos tristes absurdos. 

O construimos imperios financieros o nos rendimos a adicciones vergonzosas como una manera pueril de huir de nuestro propio yo y de nuestros falsos yo – en realidad, de cualquier yo que encontremos.

Al tratar de hacer frente a esto, no debemos minimizar cuán profundo y generalizado es el sufrimiento humano.

Jesús dice “...los sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos.  Porque no he venido a llamar a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento”.

Cualquier falta de autenticidad en nosotros genera una corrupción en el alma, de lo cual tenemos que reconocer los síntomas, ya sean miedo, ira, tristeza o falsos deseos. Podemos culpar a otros por aprovecharse de nosotros, pero también nos debilitamos, en cada pérdida, por un sentido de vergüenza interior.

Cuanto más pronto expongamos esto, mejor. Y la meditación expone todo a la luz desde el primer día. Solo cuando comenzamos a simplificar vemos realmente que Dios no es un juez externo que nos castiga sino un amigo que nos sana.

Las metáforas pueden ser defectuosas, pero se vuelven reales en nuestra experiencia. Solo al descubrir ese nuevo continente de amor interior se disipan la vergüenza y el miedo humanos y desaparecen en su propia nada.

Laurence Freeman OSB

 

Traducción de Enrique Lavin

 

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