La historia no es tan bonita como la hemos hecho parecer en nuestras reelaboraciones y largas evasiones culturales. Comienza, incluso antes de su nacimiento, con la ligadura de ilegitimidad - no es una buena manera para que el Hijo de Dios aparezca. Luego se queda sin hogar - no hay lugar en la posada. Y entonces un exilio, huyendo por su vida de la carnicería de Herodes el carnicero, cegado por el miedo y la ira, como les gusta a los carniceros en la masacre de Peshawar.
¡Qué extraña historia para llenarnos de esperanza! Y nosotros, en quienes esta historia despierta esperanza - que es más que el optimismo y mucho más que fácil consolación – estamos encargados de compartir esta esperanza a un mundo que, en cada generación y cultura, se desvía hacia la locura.
Conforme pasa el tiempo, es fácil para nosotros permitir que la virtud natural de la esperanza se deslice hacia la fantasía. Entonces nos conformamos con un falso consuelo más que con la convicción, nacida de ninguna otra cosa que una visión desnuda, que lo que parece ser lo peor puede convertirse en lo mejor. Siempre hay riesgos en la esperanza. Y el ánimo para soportar, abrazar y al final simplemente ser.
Juan el Bautista, protagonista del evangelio de hoy, fue un profeta. Él vio y se indignó por la injusticia, la corrupción y la falta de autenticidad que vio en las instituciones de su tiempo. Él fue al desierto para lamentarse y decir la verdad y la gente se volcó de la ciudad al desierto para escucharlo. Ellos se sintieron tocados en el corazón por su veracidad y le preguntaron qué debían hacer.
Hay dos estaciones de expectativa, de espera de vigilia, en el año cristiano que comienza hoy: Adviento y Cuaresma. En Adviento la expectativa es de un nuevo nacimiento. Al igual que todos los partos que cambian la vida de todos los interesados, todos se ven afectados por él. En este nacimiento las repercusiones son universales, la familia que cambia es la humanidad entera. El gran cambio que ocurre en una serie de eventos que tocan nuestra naturaleza en formas más radicales que podemos imaginar - incluso en esta era de la ingeniería genética -.
Cuatro veces en el corto evangelio de hoy Jesús dice `¡Velad!´. En cualquier período de espera la tentación de nuestra vigilia es dejarla al borde de convertirse en aburrida. Nos derrumbamos en la corriente de lo mundano, pero perdemos la verdadera maravilla del mundo: que nosotros mismos estamos naciendo en cada día.