Una vez conocí a un joven hombre de negocios de una parte del mundo muy convulsionada. Observé que en una conversación previa con otros sobre la situación política, él se había mantenido distante y sin decir nada. Más tarde, a solas, me dijo que él no hacía política porque “ellos (los políticos) son todos iguales”. Yo pensé, bueno, son iguales en cuanto son todos imperfectos; pero su forma y grado de ser imperfectos no es el mismo. (Sigue leyendo).
La semana pasada veíamos al Adviento como una iluminación del deseo. Los seres humanos, criaturas sujetas al deseo, experimentan crecimiento en la auto trascendencia y a través de la transformación del deseo – lo que queremos y cómo lo perseguimos. (Sigue leyendo)
En un mundo tan lleno de división, violencia y confusión, el espíritu de San Benito se destaca como una inspiración, que nos recuerda la capacidad humana para la paz y el buen orden. En su tono típicamente prudente y pragmático escribió una Regla llena de excepciones que confirman la regla: la ideología y el legalismo nunca debe aplastar a los valores humanos, mientras que la vida humana requiere del orden, la disciplina y el ritmo con el fin de alcanzar su pleno potencial.
Vivimos tantos diferentes escenarios del futuro en nuestra atormentada imaginación que es difícil y lleva tiempo para que aún las impresionantemente buenas y transformadoras experiencias de vida hagan efecto en nosotros:
Que la profecía se cumplió.
Que existe un puente que cruza el gran abismo.
Que tenemos un amigo fiel, abocado a ayudarnos a realizar nuestro potencial pleno.
‘Hagan esto en recuerdo mío’, dice Jesús en su última cena. Y esto vino a ser visto por aquellos que lo recordaban como también alumbrando directamente el significado de su muerte. Él no se mató. Pero, a través de estar tan presente a lo que estaba sucediendo, hizo que su muerte fuera una auto ofrenda de la misma manera que como ofreció su presencia verdadera en la Ultima Cena. Esa conexión hace hoy que tanto el Viernes Santo como Jesús sean inolvidables.
Puedo recordar con mucha claridad el momento en que tomé consciencia de la comida. Un amigo estaba comentando que buena comida teníamos frente a nosotros o tal vez estaba recordando una comida que habíamos hecho hace algún tiempo y le dije que en realidad no me preocupaba acerca de lo que comía. (Esto fue hace mucho tiempo).
La conversación nos reasegura que no estamos solos. La gran soledad del corazón humano no sólo es psicológica. Es cósmica. Aun considerando que hay siete mil millones de personas con las que podríamos conversar, nos molesta la posibilidad de que seamos la única ‘vida inteligente’ en el universo.
Hemos iniciado la Semana Santa en Bere Island, Irlanda. Eso explica en parte mi atraso en entregar esta reflexión diaria – por lo que pido disculpas al maravilloso equipo de traductores en nuestra comunidad que está trabajando para compartirlas en 10 idiomas.